Sobra reincidir en la manipulación identitaria del nacionalismo: a golpe de simposios, subvenciones, regulaciones e inmersiones, han levantado un sentimiento nacional, una nación étnica. Porque étnica es una nación histórica (o sea, que vive más en el pasado ‒o del futuro- que en su agónico presente) creada sobre algo tan gaseoso como el sentimiento; éste, al servicio de la demagogia, siempre es excluyente, pues siempre tomará a la parte por el todo. ¿Más pruebas? Bien, recordemos las siguientes palabras que Jordi Pujol pronunció en 2004 en la Universidad Catalana d’Estiu (UCE): «Hemos de vigilar (el mestizaje), porque hay gente en Cataluña que lo quiere, y ello será el final de Cataluña». O estas otras, en la misma conferencia, reclamando competencias sobre inmigración (refiriéndose también a la población del resto de España, se entiende), argumentando que «es un tema muy serio para mucha gente, para Cataluña es además una cuestión de ser o no ser»