El descubrimiento del Adolfo Marsillach viejo apenas me deja conciliar el sueño. ¡Actualización de la convivencia! Gobierno y Guardia Civil, c’est tout, mon Seigneur.
Hubo una época en que yo despreciaba más o menos el adjetivo lerrouxista. Desde hoy proclamo que es un timbre de honor. Lerrouxista catalán, mais oui et toujours.
La autonomía catalana
Adolfo Marsillach 30 de diciembre de 1914
No: que no nos den por ahora la autonomía. Los momentos no son los más indicados para que Cataluña pueda gobernarse sin la acción tutelar del Poder central. Quien nos quiera bien nos tendrá sujetos al yugo unitarista. Desgraciados de nosotros, si mañana amaneciéramos con la concesión de la autonomía integral de Cataluña. Si esto ocurriera, la región catalana caería en manos de una burguesía imbécil y despiadada, promovedora de huelgas que acusan la existencia de una masa capitalista sórdida hasta la ferocidad, y para la cual el mejor gobernante es aquel que intenta solucionar a tiros, a tiros contra los obreros, las querellas habidas entre patronos y trabajadores.
Los más desconocedores de las cosas de Cataluña no ignorarán que el catalanismo jamás ha constituido una esperanza para la libertad, ni un peligro para el clericalismo y la plutocracia. En sus mejores días se revolvió acremente contra el Estado, contra el Ejército, contra la unidad española, contra el pago de los tributos, contra todo linaje de Autoridades, y no tuvo una censura para una burguesía sin conciencia y sin entrañas, ni intentó una acción para aligerarnos un poco de la carcoma teocrática, ni pidió una ley beneficiosa a la clase obrera. Lo que hizo fue levantar una catedral y silbar estrepitosamente al Sr. Dato por su ley de Accidentes del trabajo.
No es pues de desear la autonomía de Cataluña.
Menos mal si aquellos hombres que hoy se apoderarían del gobierno de Cataluña, en el caso de concedérsele el self-government, fueran por su moralidad una garantía de buena administración. Pero ni esto. Ni liberales, ni generosos, ni probos. Dueños son de la Diputación provincial y del Ayuntamiento de Barcelona. Pues en la Diputación malversan en provecho de unos cuantos correligionarios los fondos provinciales, y en el Ayuntamiento se atreven con todo. En él, D. Raimundo de Abadal intenta rectificar, con grave lesión de la ciudad y de los intereses de no pocos propietarios, el trazado de una calle importantísima del Ensanche, con el objeto de que esta calle pase por unos terrenos de su propiedad; en el Ayuntamiento, la mayoría regionalista vota la construcción de los túneles de la Reforma, que nadie sabe para qué pueden servir; en el Ayuntamiento, son los regionalistas los que proponen la compra de las aguas de Dos Rius, que sería el mayor escándalo conocido, si no lo hiciera bueno el negocio de las tuberías de cemento armado, que ha de sufrir Barcelona para evitar la quiebra de una Sociedad industrial regentada por el hermano de un conspicuo regionalista, gran amigote de Cambó y Prat de la Riba. Para que este negocio pueda hacerse, se ha prescindido de todo escrúpulo, se hace un terrible agujero a la Caja municipal y se pone en inminente riesgo la salud de los ciudadanos.
Este monstruoso negocio hace exclamar así a La Publicidad, periódico que durante tantos años ha ido a las elecciones del brazo de los regionalistas: «Los hombres de la Liga Regionalista, que mandan en el Ayuntamiento, han hecho buenos a los Concejales provinientes de otras banderías».
El Diluvio, terciando en la cuestión de las cañerías de cemento armado, dice, naturalmente, colérico: «Si el público de Barcelona, ese pueblo tan paciente, que sufre y paga, no se indigna en la ocasión presente contra sus administradores, no se indignará nunca».
Un escándalo sigue a otro escándalo, una granjería sucede a otra granjería, un caso de corrupción a otra cualquiera pestilencia. Hay que taparse las narices y que llevarse la mano a los bolsillos cuando entran en funciones los cantores de Cataluña libertada.
No, no; que no la liberten. El peor enemigo de Cataluña será aquel que abogue por su autonomía. Porque si ahora, que no podemos administrar libremente, los esforzados paladines de la restauración de la nacionalidad catalana están dejando en los huesos a la provincia y a la ciudad, asusta pensar lo que no harían sin la intervención del ominoso Poder central.
Por ahora, lo que necesitamos es mucha vigilancia de parte del Gobierno, y mucha Guardia civil.
(A Félix Ovejero)
Arcadi Espada2013
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