Michelle Obama luce los diseños de este zapatero estadounidense, que produce en Alicante
Junto a Christian Louboutin y Manolo Blahnik conforma la élite del calzado de lujo, y sus diseños visten los pies de iconos de estilo contemporáneos como Michelle Obama, Catalina de Cambridge o Angelina Jolie. Pero lo que pocos saben es que estos zapatos son “100% made in Spain”.
Weitzman, que estudió el equivalente a Económicas en la Universidad de Pensilvania, fabrica su catálogo íntegro en Alicante desde que comenzó su carrera hace cuatro décadas. “Entonces trabajaba para una empresa que producía en Valencia. Quería lanzar mi propia línea y les propuse hacerlo sin obtener ningún sueldo fijo a cambio, solo un porcentaje de las ventas”. Dos años después, ingresaba más que el consejero delegado de la compañía. Así que en 1986 decidió establecerse por su cuenta y en 1994 consiguió recomprar la marca homónima creada por su padre, y que los hermanos habían vendido poco después de su muerte 20 años atrás.
Desde entonces, la firma no ha parado de crecer. Presente en más de 100 países, sus ingresos anuales superan los 300 millones de euros. Y aunque en 2010 el empresario vendió sus acciones de bienes —que no de votación— al conglomerado Jones Group (propietario, entre otras, de la firma Nine West), los cimientos del emporio siguen radicados en 11 factorías de Elda.
Weitzman explica que le gustaría contratar nuevos talleres, pero la subida del IVA lo hace inviable. “Como pueden tardar hasta seis meses en las devoluciones, el Gobierno nos debe constantemente 2,5 millones de euros: la mitad del capital de mi empresa retenido en un préstamo al Estado sin intereses. Esto sería impensable en Estados Unidos y, si supone un obstáculo para mí, que soy ya medio español, imagínate para los inversores internacionales”, se queja. Weitzman asegura que repite esta misma crítica en sus reuniones con representantes del Ministerio de Exteriores y de la Corona. “Hace un mes les dije: ‘El Gobierno está creando sus propias desventajas para alegría del resto del mundo’, y me respondieron que estaban trabajando en ello”, recuerda con ironía.
Pese a todo, el empresario no se plantea trasladar la producción a EE UU o China. “Simplemente no pueden ofrecerme la calidad que obtengo aquí. Mis clientas quieren sus zapatos españoles. No puedo ni quiero cambiar”. Aunque el mercado lo haya hecho, y mucho, a lo largo de su carrera.
En los setenta los diseñadores eran —en sus propias palabras— dictadores. Hoy escuchan a la consumidora. “Es ella la que decide cómo se viste, la que elige, y quiere opciones. Parece exagerado, pero la evolución de la industria del calzado es un espejo de la emancipación de la mujer”.
Por eso no basta con que sus sandalias y botas, que se comercializan a partir de 300 euros, sean cómodas o sigan las tendencias. “Deben hacer feliz a la mujer: sorprenderla. Ya que no las necesita, debemos hacer que las desee”. Esa es la única fórmula para que unos stilletos lleguen desde Elda a la Casa Blanca.
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