Una de las características esenciales de la democracia es la perfectibilidad, su capacidad de regeneración a través del diálogo y el consenso, todo ello fundamentado en la creación de espacios negociales racionales, esta capacidad de adaptación es algo sencillo en momentos de rutina o bajo la pesadez de la cotidianeidad, sin embargo, cuando nos acercamos a los límites de la normalidad, cuando entramos en terreno de lo desconocido y nos impacta la contingencia de la realidad es cuando se pone a prueba la fortaleza de los principios de la democracia, una de las cuestiones que deberíamos exigir a nuestros representantes es, precisamente, evitar el tensionamiento de los espacios sociopolíticos.
Los dilemas éticos, el comportamiento moral del individuo están condicionados por las circunstancias, por ello todo lo que rodea a las estrategias de decisión política, sobre todo aquellas que decidirán el futuro de las próximas generaciones, ante problemáticas que trascienden lo habitual, lo acostumbrado, no podemos contentarnos con lo establecido, no podemos caer en dos problemas que subyacen en la narrativa de las prácticas democráticas: el conformismo de lo inductivo y la excusa de lo estructural.
Me explico, el gran Bertrand Russell propuso una historia titulada “el pavo inductivista”, básicamente dice que lo que siempre ha funcionado no significa que necesariamente funcione en todos los casos y momentos, con ello vemos que las políticas de contentamiento llevadas hasta ahora con el nacionalismo no necesariamente van a conseguir alcanzar los objetivos esperados, no podemos jugar al velo de la ignorancia cuando el separatismo se ha quitado el velo de la ingenuidad y, sin complejos, han acelerado un proceso rupturista muy poco o nada democrático, no podemos caer en el voluntarismo de creer ver lo que no existe, el nacionalismo solo se conformará con la secesión, y lo que opinen los catalanes y/o el resto de españoles se la trae al pairo.
Tampoco podemos caer en el buenismo progresista de creer que lo estructural condicionará los resultados de una negociación, a veces he leído postulados que decían “dialogar, negociar, pactar”, ya ese mero planteamiento da a entender que se está en inferioridad de condiciones, antes de proponer esos tres ejes tenemos que dejar claro el escenario y las premisas negociales y, sobre todo, tener clara una las condiciones sin las cuales cualquier intento de establecer una negociación derivaría en un funeral: la lealtad, sin lealtad como premisa se invalida cualquier posible pacto y eso es precisamente lo que falta en la ecuación catalana, nos enfrenta a los límites de la democracia, los límites del diálogo que ya señalaba Richard Rorty en “Contingencia, ironía y solidaridad”, porque ¿cómo se puede dialogar con alguien que te niega, con alguien que te ha convertido en alteridad y chivo expiatorio, con alguien que niega la legitimidad y autenticidad de todo catalán contrario a sus postulados?